Días en los que te preguntas por qué los coches conducen por la izquierda o por qué, siendo junio, hace frío. Cuestiones que normalmente rondan por la cabeza de los que, estresados, van a trabajar, a la compra, a recoger a los niños al cole, a la biblioteca a estudiar, a por el pan. Acciones irrelevantes pero ineludibles de la rutina diaria que convergen en lo que es nuestra vida.
“¿Y qué tal te va?” Te preguntarán. Y tú, pensando en todo y nada, responderás un “bien” recurrente seguido de un “¿y tú?” mientras reflexionas que te falta un break, un respiro, algo que te obligue a desconectar.
Entonces es cuando te ves buscando sitio de vacaciones de verano y chas, encuentras un paraíso en medio de la nada de Murcia, una invitación directa a dejarte llevar y ser mimado hasta límites insospechados. “Me lo merezco”, concluyes en tu mente.
El hotel Intercontinental Mar Menor es lo que provocó en mí esa sensación de desconexión absoluta de la realidad y que,
entre actividades como masajes en su spa, clases de golf y escapadas a la playa,
hizo que lo único que me alterase fueran los espectaculares atardeceres que se veían desde la habitación.
Que no invitan a otra cosa que no sea a tomar Vodka Tonics SKYY mientras estás absolutamente callado.
Entonces, sin darte cuenta, duermes entre las sábanas más suaves y las almohadas más mullidas
y te desorientas a la mañana siguiente de la manera más placentera.
¿Qué hago? ¿Me bajo a la piscina?
Y esa indecisión tan simple te hace reír.
Entonces vuelves y llegas convencido de que era eso lo que necesitabas. El capricho que te acabas de dar te empuja a contar la experiencia cada vez que te preguntan y, qué demonios, sabes que vas a repetir.
La vida es corta, como quien dice, y disfrutar de los pequeños placeres es el sentido de la misma.
Take care,
SiL